Miradas suspendidas y dilatadas formas atemporales. Adiós a Fernando Botero

“Nunca pinté nada diferente del mundo como lo conocí en Medellín”. Inmóviles, casi irreales y, sin embargo, tan vivas, dilatadas hasta su límite, las criaturas de Fernando Botero, muerto ayer a los 91 años, han revelado, de la forma más inusual, nuestros paisajes interiores. Los que no revelamos, los que no sabemos: desde pequeños, precisamente.
No hay retórica y no hay “efectos especiales” en las pinturas y esculturas del artista colombiano. No hay emoción, de hecho, los protagonistas están suspendidos en un tiempo indefinido, sin sentimientos, con la mirada a menudo perdida en el vacío. “Era el pintor de nuestras tradiciones y de nuestros defectos, el pintor de nuestras virtudes, el pintor de nuestra violencia y de la paz” tuitó el presidente de Colombia, Gustavo Pedro.
Botero “evitó” la moral de la creación artística y esto hizo que, tan inmediatas como son sus obras, fuera amado en todo el mundo. Se formó en un viaje entre Italia (donde será sepultado, en su amada Pietrasanta) y España, inspirándose ciertamente en el Renacimiento, en nuestras catedrales y campanarios que siempre aparecen en sus pinturas, y en las Vírgenes (célebre su con Niño) símbolo de lo sagrado y de la maternidad.
Inspirado por Giotto y Mantegna, pero también por Goya y Velasquez, Botero se ha labrado su espacio de inmortalidad con un estilo propio, inmediatamente reconocible. La verdad, profunda y no moral, de sus obras lo ha hecho popular, aunque sea, en primera instancia, un cultísimo innovador.

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