Justo cuando las formaciones internacionales de marketing pero sin alma deportiva intentaban decidir el futuro del fútbol, obviamente tratando de matarlo con una Superliga que sólo quiere destruir nuestros sueños en nombre del dinero, Sevilla ha jugado su partido más noble, más verdadero, más emocionante. La victoria con el Levante no son sólo tres puntos más y el derecho conquistado de creer en la máxima meta posible a seis etapas del final de la Liga. Es el triunfo del vestuario – jugadores, directorios, entrenadores, gente que se apretó la mano, como se hacía una vez, y dijo: creemos en lo imposible.
Todos para un solo objetivo, posible o no, eso no importa, esto lo decidirá el campo, se necesita arte y suerte. Pero es evidente la diferencia entre este equipo perfecto, hecho de juego verdadero, de lucidez, de trabajo y de hombres de honor, de verticaliziones espléndidas como en el gol de El Nesyri y de técnica sublime, la diferencia entre una formación que parece bendecida por la luz y las oscuras habitaciones donde banqueros que no aman el fútbol tratan de matarlo.
Más que los tres puntos hoy cuenta el hecho de que Sevilla nos ha vuelto a formar parte también nosotros, como espectadores, del deporte verdadero, hecho de sudor y sacrificio (jugaron los mismos once de San Sebastián despues sólo tres días), de colectivo y ánimo, en contra de quien cree que el fútbol es sólo dinero. Y ahora seis partidos al final: sueños que guardamos cuidadosamente en el cajón, como cuando éramos niños.

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