Una vez escribió Jorge Valdano, admirado: “Talento, más técnica, más coraje, más expresividad física que un cuerpo de movimientos alegres, más pasión por el juego, herencia cultural de un país que ama el fútbol como Brasil”. Hablava de Pelè, pero podría haberlo dicho también para la Selección carioca que ayer nos sorprendió con Serbia. El fútbol es esto, señores: defensa impenetrable, velocidad, intercambios exquisitos hijos de la técnica de sus campeones, alegría.

El Brasil de Tite el Profesor juega divirtiéndose. Y si Neymar ‘O Rey no llega a meterla en la red, Richarlison se encargará de una espléndida chilena que permanecerá en los anales. Defensa impenetrable con Marquinhos y Thiago Silva, Danilo y Alex Sandro empujando sobre las bandas, Casemiro a detener todas las acciones adversas, Paquetà a dirigir el juego, Neymar, Raphina y Vinicius a aturdir al adversario con invenciones y hechizos, y delante del asesino Richarlison: ningún equipo roza las perfecciones como este Brasil.

Formación equilibrada, más que en muchos otros Mundiales, que ha tenido frente a una Serbia técnica y voluntariosa. Han resistido una vez, luego hubo una lluvia de oportunidades. En el segundo tiempo los hombres de Stojkovic no vieron el balón. Y lo que podía prefigurarse como otra sorpresa del Mundial (después de que Arabia derrotara a Argentina, Corea del Sur detenía a Uruguay y Japón acababa con Alemania) se reveló el descubrimiento, una vez más, de la Gran Belleza futbolística. Solo un equipo en el mundo puede representarla.

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