Por alguna razón que escapa a la mayoría, quizás para recuperar esa grandeur golpeada por la crisis, Francia ha vuelto a creerse la primera de la clase. Los demás son los miembros de la Unión que parecen contar poco para ellos. Macron ha decidido quién será su socio: Alemania, como en los albores de la creación de la casa común europea. Correrán en pareja y en la cumbre de Bruselas hicieron todo lo posible para excluir a Italia de los contactos y de los negocios. Los “meetings” – incluso con Zelensky – los organizan ellos mismos.
Ahora quieren relanzar, y que los demás acepten, las ayudas estatales: una vez estuvieron en contra, ahora sirve a sus economías, especialmente a la alemana. Si se pone en peligro el mercado interior de la Unión Europea, es otro asunto. Giorgia Meloni y Macron, ya poco amigos desde los tiempos (recientes) de la historia Ocean Viking, no se hablan.
La primera ministra italiana subrayó “la unidad y la compacidad” necesarias para presentarse ante el líder ucraniano y en cambio Macron quiso al lado, en la reunión con Zelensky, solo al canciller alemán Olaf Scholz. Por cierto, los dos países nunca han mostrado tanto fervor al estar al lado de Kiev.
Representar por la fuerza a toda Europa es una coacción que ha llevado a las protestas de muchos países de la UE. Italia hace bien en distanciarse de París, al menos hasta nuevas noticias y no se entiende a qué se refiere Calenda cuando habla de “gravísimo error” diplomático. ¿Bajar los pantalones a un arrogante convencido de que es dueño de Europa?
La confirmación de que la casa común de la UE al presidente francés le interesa poco llega del viaje de Robert Habeck y Bruno Le Maire, ministros de Economía de Alemania y Francia, a Washington para discutir el asunto Ira, la Ley de Reducción de la Inflación de 370000 millones de dólares, lanzada por Biden: se centra en los incentivos y subsidios a las empresas estadounidenses para la transición verde. Solo ellos dos, los primeros de la clase, pueden hablar en nombre de Europa.
