Desde los tiempos en que las indicaciones de voto eran – no hace mucho tiempo – de 34% para la Lega y poco más del 6% para Fratelli d’Italia, se había entendido que el centro-derecha (o sería mejor decir la derecha, visto el resultado de Berlusconi, apenas por encima del 8%) ganaría fácilmente las elecciones.
Los italianos ya habían decidido y cuando Draghi dejó su puesto como Presidente del Consejo (porque estaba desconfiado o quizás por un pequeño teatro cuyas razones comprenderemos en los próximos días) solo había que esperar la llegada del notario.
Los motivos son claros: pocos tienen todavía confianza en la izquierda – lo testimonia la hazaña de Conte y de los Cinco Estrellas que de una posible desaparición prevista después de la escisión-Di Maio son hoy la verdadera oposición al nuevo Gobierno -, los gobiernos técnicos habían cansado un poco los italianos, y Calenda en pareja con el redivivo Renzi, hoy hombre de prefijos telefónicos, no puede ser una alternativa a la guía de la nación.
La Lega está en sus mínimos históricos, menos del 9%, y Fratelli d’Italia en el 26%. El triunfo de los nuevos no es una avalancha (aunque el centro-derecha al 44% y el centro-izquierda al 26% son datos muy significativos) porque en el trasvase de votos de Salvini a FdI alguien se ha perdido en el camino.
Giorgia Meloni que, como todos recuerdan en estas horas, salió de menos del 2% es la verdadera ganadora de la competición y llega a ser la primera mujer Presidenta del Consejo (no puede ser de otra manera). Tendrá que resolver las alianzas a venir en primer lugar y la profunda crisis económica y moral que atenaza al país. Para ganar, y con este movimiento tomó muchos votos en Salvini, se profesó atlantista y hizo desaparecer las “sombras rusas” que se espesaban sobre el 25 de septiembre.
Esperemos que tenga las cartas adecuadas para cambiar de opinión sobre una Europa que, es bueno decirlo sin desmentir, no la mira con afecto, también porque las ideas de Meloni y von Leyden, incluso ajustándolas, son bastante diferentes.
