Más que el desconocido Pizzaballa, el portero olvidado del Atalanta, cuya figurita valía más que todos. Más que la excesiva pasión futbolística del pueblo. Más que la crisis que aprieta al país. Los argentinos se volvieron locos por las tarjetas de Panini. Acaba de salir el nuevo álbum para el Mundial que se jugará en noviembre en Qatar y ya los paquetes son imposibles de encontrar, tanto que ha tenido que intervenir también el Gobierno que evidentemente no tiene nada que hacer.
Es tanta la pasión que una figurita de Messi vale más de veinte euros, la estándar, mientras que la de lujo en el mercado negro puede llegar a 400 euros. Lionel Messi es el campeón, hoy en el Paris Saint Germain, que podría levantar la más codiciada Copa después del último triunfo de 1986 o al menos así esperan los argentinos. Locuras. Colas en los quioscos para comprar sobres de un euro y dos euros aproximadamente. Un floreciente mercado paralelo donde las cotizaciones se salen de control en un país donde la mitad de la población vive en condiciones de pobreza o no consigue llegar a fin de mes, con una inflación al nivel récord del 100%.
