Masacres y deportaciones: como hace 80 años

Un solo canto de muerte, el de las sirenas antiaéreas, se extiende por toda Ucrania, desde Kiev hasta Lvov, desde Kharkiv hasta Odessa. Quizás sea el mismo canto de los civiles trasladados por los propios rusos no con pasillos humanitarios hacia Occidente, sino deportados, como en los tiempos del nazismo, hacia Rusia. El mismo alcalde de Mariupol, Vadym Boichenko, confirmó estos traslados forzados. Cantan también los misiles, nunca tantos como en estas horas, y Rusia nos hace saber que ha utilizado también los supersónicos, no interceptables y que son lanzados también desde dos mil kilómetros de distancia.

También en Mariupol, en la trágica galería diaria de horrores, fue bombardeada una escuela con 400 personas que se habían refugiado en ella. Es el recrudecimiento de la guerra deseada por Putin: sabe que el tiempo disponible casi ha terminado porque este conflicto tiene costos altísimos, pérdidas ingentes, tropas debilitadas en la moral. Al dictador ruso también le convendría llegar a un acuerdo, pero el mundo sigue esperando que ese optimismo sobre las negociaciones de los últimos días se haga realidad.

China aún no toma partido. El ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, hace saber que “el tiempo demostrará que nuestra posición está en el lado correcto de la historia”, aunque no se entiende lo que quieren hacer. El presidente ucraniano Zelensky vuelve a pedir una reunión directa con Putin, pero con pocas esperanzas.

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