No son las consecuencias de la crisis las que nos han sobrecargado las cuentas y la mente ni las incertidumbres perspectivas futuras. Estamos cansados y escépticos porque no sabemos cómo comportarnos con la lavadora, este simpático objeto doméstico al que estábamos apegados hasta el otro día porque ahora, con el anuncio de las nuevas tarifas de la luz, ya lo miramos con recelo.
De repente se ha convertido en un enemigo que nos encontramos en casa. Deberíamos ponerla a trabajar en hora valle, es decir, a partir de medianoche, para hacerla más barata y aceptable a nuestros ojos. Pero esto es incompatible con la ordenanza de ruidos de Sevilla y no sólo de la capital andaluza. Las lavadoras son por desgracia más ruidosas que los 30-35 decibelios que se admiten en las horas nocturnas.
Bueno, uno podría organizarse a escondidas, pero como la experiencia nos enseña, siempre hay un vecino dispuesto a vigilarnos y delatarnos. Uno que quizás tenga razón, pero ve a explicarle que no es culpa nuestra, sino de la crisis que nos agota y nos obliga a levantarnos por la noche para ver si la ropa está hecha. Nos han informado de que en Valencia la infracción podría costar hasta 6000 euros. Ve a explicarle al vecino que en estos días no se habla más de lavadoras.
Debemos resignarnos: ni el próximo indulto a los independentistas ni el necesario relanzamiento del turismo ni el enfrentamiento entre comunidades autónomas y Gobierno sobre hostelería y ocio conseguirán socavar el interés que todo un pueblo tiene (o debería tener, según quien tiene el mando) para la humilde lavadora y sus decibelios.